miércoles, 19 de febrero de 2020

Sulpicia es nombre de poeta



Poetisa de la casa de Libanio. Pompeya. Siglo I a. J.C.
Museo Nacional Romano de Nápoles


“Al fin me llegó el amor, y es tal que ocultarlo por pudor
antes que desnudarlo a alguien, peor reputación me diera.
Citerea, vencida por los ruegos de mis musas,
 me lo trajo y lo puso en mi regazo”.



Claudia, autora de un epitafio en verso, poetas como Cornificia, Perilla, una Sulpicia de la época de Marcial, la cristiana Proba y Sulpicia de la época de Augusto, hija de Servio e integrante del Círculo de Mesala y Sulpicia, la otra Sulpicia, esposa de Catulo, con algunas de las pocas escritoras latinas de las que nos han llegado mínimas noticias. Estos testimonios de la existencia de mujeres cultas de la época aparecen en la poesía de Catulo, Propercio y Ovidio,y en las cartas de Plinio, que junto con Cicerón resulta la pureza del latín hablado por mujeres de buenas familias. Incluso Juvenal escribe contra "las pedantes", lo que debe significar que existe una base de mujeres con cierta cultura contra las que satiriza. 
Sin duda hubo poetisas anteriores, como la gran desconocida Corina de Tanagra y la archiconocida Safo de Lesbos, la única de todas aquellas autoras que es citada en los libros de texto.
Lo cierto es que de su producción literaria sólo se han conservado algunas obras incompletas y consideradas "menores" que conocemos, en el mejor de los casos, a través de compendios de obras de autores contemporáneos o por sus referencias. 
Así llegamos a Sulpicia. Admirada por los poetas latinos de su círculo y posteriores, la autora de un legado de bellos, sugerentes, sensuales e inspiradores poemas amorosos conservados de forma parcial, ha sido minusvalorada, e incluso negada, hasta finales del siglo XX. Es mas, si no hubiera sido por la obra de Tíbulo, no hubiéramos conocido a  Sulpicia ni su valiente y poco convencional legado poético.



A comienzos de la primera centuria de la era, coincidiendo con los inicios del Imperio, con Augusto en el poder,  la literatura latina experimentó una auténtica Edad de Oro, y es precisamente en ese momento cuando vive esta mujer especial de la que se conocen escasos datos biográficos. En algunos de sus versos deja constancia de  quienes era su padre, Servio Sulpicio Rufo y su madre, Valeria, hermana de Marco Valerio Mesala Corvino, conocido general e intelectual fundador del Círculo de Mesala, un grupo de autores reunidos bajo su fama y patronazgo.
Al perder prematuramente al padre, Sulpicia pasó a ser tutelada por su tío materno, beneficiándose no sólo de una acomodada situación social y económica sino también de una educación esmerada propia del círculo literario creativo de Mesala y la interacción con algunos de los mas relevantes poetas del momento, entre los que se hallan Tibulo,  Ovidio y Ligdamo.



Lawrence Alma-Tadema: Tibulo y Delia. 1866
//es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Tibullus.jpg


El legado de su obra se nos ha conservado integrada en la de Tibulo, autor contemporáneo, amigo y cultivador del mismo género, la elegía. De hecho en el Corpus Tibullianum,  los poemas del 13 al 18, escritos con el tono y la forma de cartas breves amatorias, contienen el nombre de Sulpicia y  de su amado, Cerinto, a quien se ha tratado de identificar con el aristócrata Cecilio Cornuto, que también es citado por Tibulo en dos de sus poemas. Realmente se desconoce el origen, dedicación e incluso nombre auténtico del amante, pero los encendidos poemas de amor de la autora reflejan una relación ardiente, apasionada y llena de vaivenes.
La lectura de estos seis poemas conservados, con un total de 40 versos, no les dejará indiferentes:

Al fin me llegó el amor, y es tal que ocultarlo por pudor
antes que desnudarlo a alguien, peor reputación me diera.
Citerea, vencida por los ruegos de mis Camenas,
me lo trajo y lo colocó en mi regazo.
Cumplió sus promesas Venus: que cuente mis alegrías
quien diga que no las tuvo propias.
Yo no querría confiar nada a tablillas selladas,
para que nadie antes que mi amor lea,
pero me encanta obrar contra la norma, fingir por el qué dirán
me enoja: fuimos la una digna del otro, que digan eso.


Aborrecible se acerca el cumpleaños, que en el fastidioso campo
triste tendré que pasar, y sin Cerinto.
¿Hay algo más grato que la ciudad? ¿Es apropiado para una chica
una casa de campo y el frío río del lugar de Arezzo?
Descansa de una vez, Mesala, preocupado por mí en demasía;
a veces, pariente, no son oportunos los viajes.
Me llevas, pero aquí dejo alma y sentidos
por mi propia decisión, aunque tú no lo permitas.


Sabes que el inoportuno viaje ya no preocupa a tu chica?
Ya puedo estar en Roma en tu cumpleaños.
Celebremos los dos juntos el día de tu aniversario
que te viene por casualidad, cuando no lo esperabas.


Está bonito lo que te permites, despreocupándote de mí,
seguro de que no voy a caer de repente como una tonta.
Sea tuya la preocupación por la toga y la pelleja que la lleva,
cargada con su cesto, antes que Sulpicia, la hija de Servio.
Por mí se preocupan quienes tienen como motivo máxima de cuita
que no vaya a acostarme con un cualquiera.


¿Tienes, Cerinto, una devota preocupación por tu chica,
porque ahora la fiebre maltrata mi cuerpo cansado?
¡Ay!, yo no desearía librarme de la penosa enfermedad,
si no creyera que tú también lo quieres.
Pero, ¿de qué me valdría librarme de la enfermedad, si tú
puedes sobrellevar mis males con corazón indiferente?


Para ti no sea yo, luz mía, un ansia tan ardiente
como parece que fui, hace algunos días;
si alguna falta cometí, tonta en mi exceso de juventud,
de la que confieso que me arrepiento más,
es haberte dejado solo ayer por la noche
deseando disimular mi ardiente pasión


Retrato de Paquio Próculo y su esposa, que aparece con la tablilla de escritura.
 Pompeya. Siglo I


Años después, a finales del siglo I, en época de Dominiciano, vivió otra Sulpicia poeta contemporánea del bilbilitano Marcial, quien le dedica  elogios en sus poemas 35 y 38 del libro 10 de los Epigramas, comparándola con la propia Safo. De nuevo se trata el tema amoroso, en este caso dedicado a su esposo,  Caleno, en un tono libre impregnado de un erotismo muy distante de lo que se entendía por la honorabilidad de una matrona romana: “Desnuda, acostada con Caleno”, dice uno de sus versos.
Se le atribuye un poema de setenta versos conocido como "La Queja de Sulpicia" en los que conversa con la musa Calíope, criticando ambas el edicto por el que Domiciano expulsa de Roma, en el 94 d C, a los filósofos. Poeta y musa consideran que se trata de un grave error que conducirá Roma hacia la barbarie. Esta obra le valió la admiración del poeta y rétor galo-latino del siglo IV, Ausonio.
El manuscrito de esta obra se descubrió en el siglo XV en la abadía de Bobbio -esa que sirvió para ambientar la novela de Umberto Ecco, el Nombre de la Rosa-, si bien se considera que no es posible que sea la obra original de Sulpicia, sino que estaría escrito en el siglo V, trescientos años después de su existencia.
Ha sido para mi enormemente gratificante conocer a estas dos Sulpicias, de las que nunca antes tuve noticia,  en un camino en el que me he comprometido a dedicar tiempo, espacio, reconocimiento y reivindicación de las mujeres relevantes a lo largo de la historia.

¡ Que tengan una feliz semana!






Bibliografía

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