Las mujeres se pusieron en camino. Tristes, con sus largas túnicas y tocas ceñidas, se disponían a lavar y perfumar el cuerpo de aquel hombre ajusticiado hacía unas horas que yacía en una tumba prestada. Sobreponiéndose al terrible dolor de la pérdida del ser querido, del amigo, del hijo humillado, maltratado, violentado y asesinado de una forma espantosa, tomaron sus frascos de ungüentos. Juntas, en una ceremonia tantas veces reservada a las esposas, hermanas e hijas, decidieron encaminarse al cementerio de la ciudad.
Estas mujeres que no destacaban mas que otras, que eran iguales que cualquier otra de su pueblo, que lloraban como cualquier otra mujer, eran tal vez tres o mas o quizá menos. En eso no se ponen de acuerdo los evangelistas. Juntas quedaron espantadas al llegar al lugar y hallar vacío el hipogeo.
Dicen que un ángel se les acercó y les tranquilizó diciéndoles: ¡No tengais miedo pues al crucificado ya no le hallareis aquí. Ha resucitado, tal y como el ya había dicho. Acercaos, mirad, ya no hay nadie. Corred, difundid la noticia entre sus discípulos. Decidles que Jesús ha resucitado!
Esas Marías, quedaron por los siglos atrapadas en escenas sobre el acontecimiento.
En Gormaz fueron pintadas en el primer tercio del siglo XII. Sus rostros serenos no son de ningún tiempo. Cubierta su cabeza, tapado su cuerpo, una tras otra en procesión sencilla hacia el este, señalan con el dedo el camino por andar y portan en la otra mano el pomo de los perfumes.
Se dirigen a la siguiente escena, lamentablemente perdida por las transformaciones que el tiempo se ha cobrado sobre la pequeña iglesia de San Miguel. Sería, casi seguro la del sepulcro vacío, tal vez similar a la de San Baudelio.
Sin llegar a intuir su destino mas allá del cumplimiento de las costumbres y rituales funerarios del lavado y perfumado del cuerpo ya inerte, están a punto de pasar a ser los testigos directos de la Resurreccción y las encargadas de propagar el acontecimiento.
Tal vez fueran María, la madre, y la María de Magdala junto con María, la amorosa hermana de Lázaro; María era un nombre muy común entre las mujeres judías de aquella época.
Lo excepcional es que ya no son solo las madres de aquellos hijos que Herodes mandó matar, ni las propietarias de las almas que serán tragadas por los demonios infernales, ni las hacendosas amortajadoras. Acaban de convertirse en las magníficas protagonistas de una historia que ha dado esperanzas por los siglos.
Estas y otras muchas cosas cuentan los muros de la pequeña iglesia de Gormaz por que era preciso mostrarlo a las gentes sencillas de la recién consolidada frontera del Duero.
¡Feliz Semana!
Lo excepcional es que ya no son solo las madres de aquellos hijos que Herodes mandó matar, ni las propietarias de las almas que serán tragadas por los demonios infernales, ni las hacendosas amortajadoras. Acaban de convertirse en las magníficas protagonistas de una historia que ha dado esperanzas por los siglos.
Estas y otras muchas cosas cuentan los muros de la pequeña iglesia de Gormaz por que era preciso mostrarlo a las gentes sencillas de la recién consolidada frontera del Duero.
¡Feliz Semana!
Preciosa forma de narrar la escena. Preciosas pinturas. Buena semana
ResponderEliminarAntonio
Gracias Antonio. Me gusta contar historias.
EliminarCoincido con Antonio: tus palabras dotan a una escena archiconocida (Quem quaeritis?) del necesario sentimiento, del inevitable dolor. Gracias por todo, música incluída, Consuelo.
ResponderEliminarGracias Raimundo. Creo que nos acostumbramos al sentido de las cosas como conocimiento pero nos falta acercarnos al significado emocional de lo que nos cuentan, a la explicación de la trascendencia del hecho.
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