Dentro de los actos de celebración del 150 aniversario de la creación del Archivo Histórico Nacional, el pasado de abril el Beato de Liébana, códice del monasterio de San Salvador de Tábara fue expuesto por unas horas en el mismo scriptorium donde vio la luz.
Con motivo de tan importante acontecimiento se desarrollaron en la villa de Tábara unas jornadas divulgo-informativas, bajo el título Los Beatos Medievales, una herencia compartida, impartidas por importantes personalidades del arte medieval.
Diferentes ponencias en las que se explicaron los trabajos realizados en conjunto por España y Portugal a fin de presentar los fondos de sus archivos históricos en la Memoria del Mundo de la UNESCO, y la importancia que representa para la protección y difusión de de dichos fondos.
Por parte de la asociación de Amigos del Archivo Histórico Nacional se presentó el premio de investigación “Torre de Tábara” en su segunda edición, y cuyas bases están disponibles en la página web del Archivo.
Como primicia mundial, el artista y compositor Leo de Aurora interpretó su obra Aurora de Tábara, una creación ex profeso para este acontecimiento.
Otro momento de relevante importancia fue la participación de la última discípula del famoso medievalista experto en beatos: John Williams, Theresa Martín que trató de la obra póstuma de su maestro Vision of the end in Medieval Spain.
El momento más emocionante para todos los asistentes y visitantes en general se produjo en la segunda jornada, cuando se pudo contemplar el ejemplar del Beato de Tábara, registrándose más de 2000 visitas durante las diez horas que el códice estuvo expuesto.
El manuscrito, protegido por especiales medidas de seguridad, estuvo abierto por la página que ilustra la torre del monasterio “alta et lapidea” y el scriptorium adjunto, hecho que acontece por primera vez en una exposición.
El Beato de Tábara, obra de Magius hasta su muerte, fue terminado por su discípulo Emeterius, y los monjes Sennior y Monnius, el 26 de julio del 970 a las dos de la tarde.
Está restaurado y reencuadernado conservando 171, algunos salvajemente mutilados, quedando únicamente 9 miniaturas.
Lo más característico de este códice es la imagen miniada que representa la torre del monasterio, siendo la imagen más antigua que se dispone de un scriptorium del medievo europeo. Una torre, probablemente defensiva, con tres cuerpos centrales, campanario con balconada en la cúspide y un laberinto a los pies. Así como una estancia aneja en la que se representan las figuras de unos monjes trabajando en unas piezas de pergamino sobre un escritorio y una tercera estancia, otro operario provisto de unas tijeras.
Toda una instantánea de un momento cualquiera en la vida cotidiana de un monasterio de estas características, tal es así que Umberto Eco reconoció haberse inspirado en esta ilustración para su obra En el nombre de la rosa.
El monasterio había sido edificado bajo los auspicios de Alfonso III, siendo fundado por San Froilán a finales del siglo IX bajo al advocación de San Salvador y con una comunidad dúplice de más de 600 monjes siendo abad del cenobium tabarnese Arandisclo.
Debió ser arrasado por las razzias de Almazor en el 988, siendo reconstruido con posterioridad puesto que forma parte de las propiedades de Dª Elvira de León, hija del rey Fernando I en su testamento del 1.099. Tenemos constancia de su consagración en 1137 por el obispo Roberto de Astorga, y de la pertenencia durante los siglos XII y XIII a la orden del Temple.
Ya en el siglo XVI y por dictado del monarca Carlos V, se estableció en esta localidad la sede del marquesado de Tábara, cuyos señores llegaron a poseer extensísimos pagos por toda la comarca. La iglesia fue reformada en 1761 a expensas del marqués de Tábara, conservándose de su primitiva fábrica románica la torre y dos de sus portadas.
En el lugar que ocupaba el antiguo monasterio de San Salvador se levanta la iglesia de Santa María de Tábara, declarado Monumento Histórico Artístico en (1931) y Bien de Interés Cultural, que actualmente acoge el Centro de Interpretación de los Beatos.
Por Carmen Fresno para Ermitiella
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