lunes, 25 de mayo de 2015

La dama roja magdaleniense de la Cueva del Mirón






Que nadie lo olvide
Ella está aquí

(hace 19.000 años)



Había tenido una larga vida, rozaba la vejez a los cuarenta años y su lugar en la comunidad había sido importante. A su muerte, siguiendo una ancestral costumbre, se le había enterrado en la gruta. Una vez descarnado su cuerpo, se procedió a re-enterrar, lo que de ella quedaba, en un lugar recóndito de la caverna, convertido en el lecho perpetuo de la mujer. 
La ceremonia definitiva estaba a punto de llevarse a cabo. Se recogían flores amarillas en el valle y se machacaba la piedra para obtener el pigmento. La habían traído de lejos; la poderosa simbología del color de la hematita la convertía en la candidata ideal para garantizar una vida mas allá de la muerte contribuyendo, además, a preservar, de algún modo, su permanencia en la comunidad.
Colocado entre la pared de la caverna y un bloque desprendido del techo, el cuerpo fue doblado sobre si mismo, forzado en una posición fetal, descansando sobre el costado izquierdo.
Para señalar la inhumación se grabaron sobre la roca a cuya espalda se recostaba, unas líneas incisas a modo de V, una vulba que corroboraba su condición de mujer.
Es seguro que algunos de aquellos venerables huesos fueron desenterrados de nuevo. Un carnívoro olfateó, extrajo y mordió algunas piezas, una tibia, pero el cuidado del lugar provocó que enseguida fueran enterrados, pintados de nuevo en color rojo y protegidos mediante la colocación de piedras. La veneración del personaje había provocado que una parte de aquellos huesos, ya convertidos en reliquias, se trasladaran a otros lugares hoy ignotos. 
La dama permaneció custodiada en el fondo de la cueva, justo al lado de donde sus congéneres vivían y trabajaban, quienes, con toda probabilidad conocerían el santuario y su significado. La piedra grabada es, aún hoy, una auténtica estela protectora e indicadora.






González Morales y Straus excavando la tumba.
Copyrigth Europapress

En 1996,  el profesor González Morales, catedrático de la Universidad de Cantabria, comenzó la exploración de la cueva del Mirón, en Ramales de la Victoria (Cantabria), situado en la zona alta de la cuenca del río Asón, con el fin de investigar el poblamiento paleolítico en este territorio, pero no fue hasta el año 2010, cuando el equipo internacional conformado por el citado investigador, del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria y Lawrence G. Straus (Universidad de New Mexico, Estados Unidos), excavando en una zona en la que existían grabados incisos parietales, se planteó llevar a cabo una excavación en el área adyacente con el fin de intentar comprender la relación entre el depósito arqueológico y la existencia de un bloque de piedra, de dos metros de largo por uno de ancho, desprendido del techo en el que se veían unas incisiones en forma triangular, iguales a otras muchas grabadas y pintadas de las grutas de la cornisa cantábrica a finales del Paleolítico Superior. El trazo permitía intuir una explicación simbólica femenina pues parecen esquematizar el cuerpo de una mujer.



La excavación arqueológica del sector comenzó enseguida, empezando a ser reconocidos huesos humanos inconexos pintados en color rojo para dar paso, enseguida a la identificación de una inhumación. Se acababa de descubrir uno de los poquísimos enterramientos conocidos de esta época.
A la pintura de los huesos se añadió el hallazgo de una alta concentración de pólenes de plantas de una única familia, la llamada 'Chenopodiacea', de flores pequeñas generalmente blancas o amarillentas






Existía el antecedente europeo de un enterramiento pre-sapiens cuyos huesos habían sido pintados en rojo con ocre y al que se otorgó el nombre de la Dama de Paviland, con una antigüedad de 33.000 años, que luego resultó ser un varón, pero al que se debe, precisamente, este sobrenombre de Dama, ahora Roja, para el Mirón.
También eran conocidos enterramientos de época Gravetiente -hace unos 28.000-, existiendo para las etapas siguientes un vacío de conocimiento, que volvía a romperse en los mas antiguos compases de la cultura Magdaleniense, que se desarrolló entre el 18.000 y el 8000 a C. aproximadamente.
El propio González Morales expresa que esta tumba de la Cueva del Mirón es un hallazgo excepcional, pues se ignora que se hacía con la mayor parte de los cadáveres, pues, como queda probado, sólo en casos muy contados, aparecen algunas inhumaciones en las cuevas. 



Mandíbula Inferior de la Dama Roja


Del estudio de los restos excavados se ha podido reconocer que se trataba de una mujer, de una edad en torno a los 35/30 años y que su estatura, en función del estudio del pie, sería de 1,60 aproximadamente. No se ha detectado patología alguna en el esqueleto conservado, una cuestión que, dada la edad de su muerte, para la época, no deja de sorprender y sirve, junto al ritual de la pigmentación roja, a plantear que se tratase de una persona de prestigio en su comunidad.
Su alimentación se había basado en mas de un 50% en una dieta vegetal, aunque también comió carne de caza, como el ciervo y el íbice, y de pesca, probablemente salmón, todos ellos muy bien reconocidos en el yacimiento. 
En el sarro dental se detectó la presencia de hongos y otros elementos vegetales. El hallazgo de polen de flores asociado a la inhumación de la mujer ha supuesto que pudiera tratarse de ofrendas funerarias e incluso de medida higiénica y de salubridad, aunque nada es concluyente, pues pudo tratarse también de una ingesta con fines  medicinales, igual que la de los hongos.



Vista del polen de flores obtenido en la tumba de la Dama Roja del Mirón


En 2011, el profesor Svante Pääbo, mundialmente conocido por sus estudios de ADN Neanderthal y el reconocimiento de la nueva especie Desinoviana,  tomó muestras para estudio de ADN. La importancia de este estudio radica en la aportación que se obtendrá para el conocimiento de aquellas fases prehistóricas. 
Es posible que la Cornisa Cantábrica y la Península Ibérica, en general, fueran un refugio de especies emigradas a zonas meridionales en las que poder sobrevivir a los fríos glaciales, pudiendo resguardarse en lugares en los que existían temperaturas mas elevadas y recursos suficientes, para una vez recuperadas, volver a sus lugares de origen.
A día de hoy, ya sabemos que el salmón cantábrico de época magdaleniense y algunas especies de ciervos de la época, se hallan hoy  latitudes superiores, donde son poblaciones residuales.



Cierva grabada sobre omóplato, hallada en 2004 en la Cueva del Mirón.
Tanea Arqueología (vía Pinterest)

La datación radiocarbónica y el contexto cronológico y cultural de la caverna indican que la ocupación de época magdaleniense fue intensiva y que es precisamente en estos momentos cuando la Dama Roja fué enterrada.
Enormes cantidades de restos de fauna, restos de talla para fabricar útiles de silex, piezas de hueso y asta decoradas, como una omóplato granado con una cabeza de cierva y un caballo representado sobre la pared, son sólo algunos de los indicadores de la ocupación del espacio por una comunidad de vivía y trabajaba allí habitualmente.
La última campaña de excavaciones en el Mirón ha sido en el año 2013 hallándose el equipo en fase de análisis, laboratorio e investigación sobre múltiples aspectos relacionados con este interesante yacimiento cántabro.
El equipo de Manuel González Morales está preparando una reconstrucción del aspecto que tuvo esta mujer, cuyos genes muestran que era negra.

¡Que tengan una feliz semana!







Selección musical : Jesús Reolid


Fuentes:


martes, 19 de mayo de 2015

Egeria de Gallaecia y las mujeres viajeras







El viajar es malo para el prejuicio, la intolerancia y la estrechez de mente.

- Mark Twain-



 El viaje de Egeria fue un gesto de libertad soberana que retó a todo el mundo conocido.



El gusto por el viaje nace de espíritus inquietos, de mentes volátiles, de curiosidades brillantes, de destellos vitales que proporcionan al protagonista mucho mas allá de conocimientos y disfrute de realidades  ignotas, pues cambian nuestra capacidad visual, liman nuestra ignorancia y nos permiten   ver con nuevos ojos otros mundos.
No suelen darse la circunstancias adecuadas para que la mayor parte de los que anhelamos viajar mas podamos llevarlo a efecto. Falta tiempo, dinero o ambas cosas e incluso sobran responsabilidades. Asi que descubrir, leer y absorber los viajes ajenos, son, en no pocas ocasiones, recursos a los que muchos nos entregamos con fruición. Libros, fotos y documentales están al alcance de cualquiera para hacerlo.
No siempre fue así. Pocas personan tenían acceso a la lectura y la trasmisión, fundamentalmente oral, se enriquecía y modificada en cada boca haciendo de la lejana aventura contada un compendio de leyendas, fantasías y exageraciones que mantenían en vilo a la concurrencia.
Aún mucho mas difícil era viajar, pues los desplazamientos se realizaban a pie, en caballerías y carros, se ampliaba la duración de los itinerarios, el camino era mas inseguro y los viajes de largo alcance estaban fundamentalmente protagonizados por los ejércitos y  las legaciones políticas.
Así que descubrir a Egeria es un placer por muchos motivos. Era mujer, a comienzos del cristianismo, viajaba por curiosidad y piedad y lo hacía protagonizando ella misma su periplo.
Parece que en aquellos tiempos estaba de moda para las clases pudientes, incluyendo a las mujeres, hacer el viaje que hizo ella. Franco Cardini, destaca el fuerte movimiento emancipatorio que consiguieron, en los últimos días del Imperio, algunas matronas romanas de clase acomodada, llegando a afirmar que «un verdadero diluvio de matronas inunda la Jerusalén de los tiempos de Jerónimo». Este arrebato por Oriente tuvo su impulso en el empeño en recuperar y lustrar los Santos Lugares de Santa Helena, la madre del emperador Constantino.   
Antes que Egeria el viaje había sido realizado por otras mujeres nobles de origen hispano, como Melania, quien enviudó a los 22 años y emprendió un viaje (entre el 371y 372) en compañía de Rufino de Aquileya para visitar a los anacoretas del desierto de Egipto. A la vez su ejemplo fue seguido, entre otras, por la también hispana Poemenia (de cuyo comportamiento se escandalizó San Jerónimo), quien visitó Egipto y Palestina entre los años 384-395 y que iniciaba su periplo el mismo año en que Egeria realizaba su tornaviaje.



Itinerarium ad Loco Sancta. / http://milcamins.blogspot.com.es


Cuando en 1884,  el erudito italiano Gian Francesco Gamurrini identificó, entre los legajos de la Biblioteca della Confraternitá dei laici, en la ciudad de Arezzo (Italia), un manuscrito del XI que copiaba unas cartas que describían un largo viaje a Tierra Santa y Asia Menor, nada se sabía de la autoría de tales escrituras epistolares, un auténtico libro de viajes, salvo que se trataba de una mujer que escribía en primera persona. Si bien se llegaron  a proponer algunos nombres, somo el de Silvia de Aquitania, no fue hasta 1903 que el benedictino Mario Ferotín, le asignó esta correspondencia a la primera escritora hispánica, de nombre Egeria, que vivió en el siglo IV d C.
Su nombre había permanecido oculto durante siglos y solamente se conocía una referencia suya a través de una carta que San Valerio escribió a los monjes del monasterio de El Bierzo en el siglo VII, la Epístola Ad fratres Bergidensis, en la que toma a Egeria como modelo de mujer valerosa, describe su viaje y parece dar a entender que era originaria del entorno.
Aunque los diferentes códices que la mencionan le otorgan distintos nombres:  Aetheria, Echeria, Etheria, Heteria, Eiheriai o Egeria, ha sido este último el mas aceptado por figurar así en el Liber Glossarum - anónimo del año 750- , en los catálogos de la Biblioteca de San Marcial de Limoges (Itinerarium Egerie abbatisse), y en algunas variantes de la carta de San Valerio.
No obstante, es como Egeria como se la conoce de manera mas común  constando esa grafía incluso en una colección de sellos españoles dedicados a este personaje.
   

Parece que pudiera haber pertenecido al círculo familiar de Teodosio I, y procedía de la Gallaecia, tal vez del interior, de la zona berciana. Probablemente era hermana de  Aelia Flacilla, la primera esposa del emperador, o  tal vez una de sus hijas. Algunos investigadores, como el P. Arce, suponen que Teodosio y Egeria pudieron salir juntos de Gallaecia en el 378 para llegar a Constantinopla hacia 380, sin que exista dato alguno que pueda avalarlo..
Lo que es cierto, es que de su situación social y económica da cuenta su largo viaje y las necesarias credenciales que hicieron de ella un personaje protegido y bien recibido en todos los lugares de su periplo. Parece que utilizó en su escritura un latín popular y que tenía conocimientos de griego, literatura y geografía, quedando, además, constancia del respeto y aprecio de sus contemporáneos. Su obra se conoce como Itinerarium ad Loca Sancta.
Valerio afirmó que se trataba de una monja, e incluso se le trata como abadesa. En estos momentos inicipentes de la instalación del cristianismo y el monacato, no parece muy adecuado darle el sentido actual del término, más aún si tenemos en cuenta que no se ha probado la existencia de monasterios femeninos en este territorio en el siglo IV d. C. Todo se debe a una interpretación errónea del término sorores como hermanas de religión.




Egeria  realiza un viaje desde una inmensa curiosidad y piedad, y lo cuenta en las cartas a sus queridas amigas (dominae et sorores). El periplo  duró tres años, entre 381 y 384-, y fue costoso y peligroso, comenzando en el extremo occidental del imperio, recalando en Jerusalén y de allí a Egipto, Mesopotamia y retornando vía Constantinopla.



La detallada descripción de los lugares visitados, las personas encontradas, cada hecho curioso y las diferentes costumbres, no hacen sino abundar en la capacidad de asombro, aprecio y comunicación de Egeria. Debía tratarse de una mujer muy valiente, pues aunque en el siglo IV la red de vías del Imperio era extensísima y bien dotada de edificios de postas y mansios a lo largo de los caminos en los que se podía descansar de las jornadas de marcha y de que fue acompañada y custodiada en los tramos mas inseguros, no dejó de visitar zonas alejadas y peligrosas.



Lamentablemente las cartas de Egeria no se han conservado íntegras pues les falta el inicio y el final, pero en lo que si ha llegado a día de hoy se realiza narración exhaustiva de sus aventuras y una descripción  concreta de los lugares en los que estuvo, de las personas que conoció y de las liturgias que se oficiaban en los templos que visitó.

En su viaje, partiendo del extremo occidental del mundo, llegó hasta el oriente de Hispania, y a través de la Via Domitia atravesó el sur de Galia y el norte de Italia bordeando la costa, llegando hasta embarcar  hacia Constantinopla, donde llegó en el año 381 y de allí partió a Jerusalén a través de la vía militar que surcaba Bitinia, Galacia y Capadócia, las montañas del Tauro,  Antioquia, y costeando el litoral, llegando en la Pascual del año 381.
Se quedó en la ciudad de Jerusalem tres años, hasta la Pascua del 384, desde donde realizó frecuentes excursiones que la mantendrán en ruta meses enteros: Jericó, Nazaret, Galilea, Cafarnaúm, son solo algunos de los lugares mas cercanos de cuyos templos y santuarios da cumplida descripción.


Mosaico de la Iglesia de San Jorge, en Madaba, con un plano de Jerusalén en época de Egeria.


Se sabe que, desde allí, parte hacia Egipto en 382, visita Alejandría y recorre Tebas por el río Nilo; regresa a Jerusalén y llega hasta el Mar Rojo, el Sinaí, y de allí hacia Antioquia,  Edesa y Mesopotamia, atraviesa el río Éufrates y el territorio de Siria. Quiso viajar por el interior de Persia pero se le denegó el permiso y regresó a Constantinopla.
Además de la pormenorizada descripción de los lugares, hace hincapié en las formas de la liturgia en Tierra Santa, describiendo los oficios de diario, domingo y  las fiestas de Pascua y Semana Santa.
Después de viajar durante más de tres años, regresó a su patria siguiendo otra ruta, para conocer distintos lugares, sumiéndose la vida de Egeria en el misterio. Tal vez falleció en el viaje de regreso pues relata que se encontraba mal a su vuelta a Constantinopla; tal vez consiguiera regresar a su hogar.


Tarjeta Máxima con el sello (Ed. 2774). XVI Centenario del viaje de la monja Egería al Oriente Bíblico. Mapa de la "Geografía de Tolomeo" . En multicolor. De lujo , excepcional. 26 de septiembre de 1984

Su curiosidad le hizo viajar con los sentidos alerta; quiso ver todo lo posible, pidió explicaciones de todo lo que visitó, e insistió en que la llevaran a visitar otras cosas próximas, sin que le cegara el fervor religioso,  narrando lo que ha veía durante cada día con sentido crítico e, incluso, irónico.
Aunque no fue la única mujer que viajó a Oriente en aquellos tiempo, lo cierto es que sus cartas han permitido conocer, según dice Carlos Pascual en su estupendo análisis "Egeria, la Dama peregrina", una personalidad y un espíritu increíblemente «moderno», atemporal, cercano a cuantos abrazan esa libertad que desconoce las fronteras del tiempo.
En cualquier caso su importante y descriptiva hazaña ha sido objeto de variados trabajos y publicaciones entre los que destacan, además del artículo mencionado de Pascual, El viaje de Egeria, la peregrina hispana del siglo IV, por Ana Muncharaz, El viaje de Egeria, de Carlos Pascual Gil, Itinerario de la virgen Egeria,  de Agustín Arce, Las olvidadas, de Ángeles Caso y Viajes intrépidas y aventureras, de Cristina Morató.

¡Feliz semana!

 Fuentes:

Pascual, Carlos; 2005: Egeria, la Dama Peregrina. Arbor CLXXX, 711-712 (Marzo-Abril 2005), 451-464 pp.

martes, 5 de mayo de 2015

Urraca en San Bernardo






Hace muchos años, siendo una niña, pasé una parte del verano alojada en el monasterio de Valbuena. Mis recuerdos son claros; de aquella experiencia en las venerables ruinas procederán, tal vez, muchas de mis inquietudes culturales. Fue muy especial conocer a José Luis Velasco, quien por primera vez me habló de Estefanía Armengol, la fundadora del monasterio, y de la mano de quien recorrí las estancias ruinosas que hoy, una vez recuperadas, restauradas y preparadas para la visita pública son un referente en el turismo cultural de interior.
Uno de los lugares mas especiales de este monasterio es la capilla de San Pedro o del Tesoro donde se encuentra el panteón funerario del monasterio, en su día cubierto de pinturas. Hoy quiero dedicarle unas líneas a Urraca, la mujer que fue enterrada en uno de los arcosolios levantados en su interior entre finales del siglo XII y principios del XIII.



Capilla del Tesoro o de San Pedro 




Siguiendo la costumbre de preparar la morada para lo eterno, se fabricó en el interior del paramento del norte de la cabecera de la capilla del tesoro, también conocida como de San Pedro, el lucillo que albergaría el último aposento de la señora. 
Un sarcófago pétreo liso tallado a bisel colocado en la parte baja y una escena pintada rodeada de molduras ojivales, igualmente decoradas en vivos colores, conforman lo que, sin duda alguna, es un enterramiento principal dentro del panteón del monasterio cisterciense de Santa María, conocido como San Bernardo, en Valbuena de Duero.
Como sobre moda todo es relativo, les diré que, aunque parezca chocante a los gustos actuales, era tendencia plenomedieval la combinación  de los colores rojo y verde, rojo y azul en la indumentaria. Otro tanto ocurre con algunos de los nombres, que después de haber estado de moda en épocas pretéritas hoy serían impensables y, por ello, han desaparecido.
En el lucillo del que les hablo, para que no hubiera dudas dudas, se escribieron, sobre la cabeza de una bella mujer, dentro de una cartela, las letras de Urraca, nombre bien conocido entre reinas y damas principales entre los siglos X y XII, que fué abandonado por completo en el XIII. 



Se  pintó a Urraca bellísima con semblante serio y porte noble, la toca larga enrollada  en la cabeza al modo árabe, unos enormes ojos que desvía del frente para mirar a su acompañante coronado, quizá hablándole, hacia el que levanta la mano derecha mientras sujeta un cetro de lis floreado  con la mano izquierda, en realidad un Agapanto (Agapanthus africanus), conocido como lirio africano o flor del amor, la flor de los fideli D´Amore.


Está sentada en un escabel sobre una adornada almohada,  junto a un rey, que se dirige a ella acercando su mano, centrando el espacio de una escena en la que aparecen  acompañados por un grupo de cortesanos, tal vez sus consejeros, lampiños los que se sitúan detrás de ella, barbados los tres que aparecen tras el rey. Todo el grupo se halla sobre un estrado.
No hay duda de la familiaridad que quiere representarse. 
Dicen que ella era Urraca Fernández de Castro, biznieta del aristócrata leonés Pedro Ansúrez, conde responsable de la repoblación de Valladolid; nieta de Armengol de Urgel e hija de Estefanía Armengol, la fundadora del monasterio cisterciense de Valbuena, en cuyo documento fundacional aparecen ambas, y de Fernando Fernández de Castro.



Cabecera de la iglesia del monasterio cisterciense de Santa María, conocido como San Bernardo, en Valbuena de Duero (Valladolid)


De Urraca sabemos que habría nacido hacia 1120, y pocos mas apuntes se hacen sobre su desconocida vida salvo breves pinceladas genealógicas y algunas fechas y datos de su herencia.
Fue casada con Rodrigo Martínez, quien murió en la batalla de Coria en 1138, sin que hubieran podido tener descendencia. Poco después se convirtió en amante de Alfonso VII de León, luego "imperator de tottius Hispanius", con quien mantuvo una larga relación (documentada al menos entre 1139 y 1148) de la que nació Estefanía, conocida como la Desdichada.
Alfonso le donó, entre otras propiedades, la villa y el castillo de Curiel ( a escasos km del monasterio en el que yace) para que la disfrutara en usufructo y se convirtiera en el legado a la hija que tuvieron en común y a quien el rey reconoció.


"Dono a vos, condesa, las villas con cuanto en ellas hay, con todas sus tierras, con las viñas, con los montes y con todos sus ingresos y rentas, con prados y pastos, con sus aguas y fuentes…"




Curiel, Valladolid

En  1139 le donó Amusco, en Palencia, en 1140 Talamanca y su común (Madrid) en señorío  y San Justo de la Riba (Guadalajara), con el beneplácito de la propia reina Berenguela de Barcelona.

Hay amores que trascienden las convenciones y el tiempo. Urraca y el emperador Alfonso se amaron y, según algunos,  quedaron plasmados, juntos por los siglos, en la pared de una maravillosa capilla.

¡Que tengan una feliz semana!